¿JUGAR? POR SUPUESTO, PERO SIEMPRE CON SUPERVISIÓN
Soy padre de una niña que ahora tiene 7 años. Sociable, extrovertida, educada, amable. En fin, que voy a decir, es mi hija… Desde bien pequeña he experimentado con ella explorando nuevas vías de aprendizaje y observando su comportamiento.
Ya con dos años interactuaba con productos audiovisuales pero no fue hasta los cuatro cuando la senté delante de un ordenador conmigo para probar su reacción frente a un sencillo juego de habilidad en el que un cerdito tenía que realizar un recorrido sorteando obstáculos hasta llegar a su casa. Nunca antes había cogido un ratón y el proceso de aprendizaje llevó apenas 1 minuto. A los 5 ya se había pasado varios niveles y poco después perdió el interés.
A raíz de ahí comencé a observar cómo el mundo táctil de los dispositivos móviles ofrecía unas posibilidades increíbles. Daba igual que la aplicación fuese de juego o propia del dispositivo, dominar la interfaz táctil era cuestión de segundos. Fue tal mi capacidad de sorpresa que vísperas de su 5º cumpleaños decidí regalarle una tablet infantil, de esas que traen un software con control parental y una interfaz llena de muñequitos y colores.
El éxito fue total. Jugábamos y nos reíamos juntos mientras hacíamos que nuestras mascotas virtuales crecían y aumentaban su número de accesorios. Por supuesto todo esto que cuento lo enfoco al ámbito de las nuevas tecnologías que ocupan un tiempo de uso muy limitado en el día a día de mi hija, matiz que remarco para no caer en errores de interpretación.
Un sábado de invierno que hacía malísimo mientras estaba de limpieza en casa me encontré por casualidad con mi vieja wii olvidada en el fondo de un armario. Decidí desempolvarla y la instalé en el salón. Pensé que no funcionaria pero Nintendo siempre supo hacer las cosas muy bien y Mario apareció de pronto en la pantalla de la TV más vivo que nunca. El juego era el Mario Galaxy, un juego en 3D que ya de por sí resulta complicado orientarse a nivel espacial para un adulto, pues bien mi hija tomó los mandos y nuevamente el proceso de aprendizaje fue de apenas 5 minutos. Mario daba vueltas torbellino, triples saltos mortales, andaba a cámara lenta y sprintaba como si toda la vida llevase haciéndolo. Y fue tal la comunión entre mi hija y la Wii, que la tablet pasó relegada a un segundo plano. Siempre procuraba que la Wii se utilizase en presencia de un adulto y cuando eso ocurría todo eran risas, alegría y diversión, pero a veces abandonabas el salón y al volver veías que la acción de juego había transformado parcialmente a la niña. Rabia por no superar un determinado obstáculo, cierta agresividad en los gestos si no se lograba el objetivo, etc.
Lo cierto es que me dejó bastante preocupado y en lugar de cortar el problema de raíz opté por tratar de encontrar el patrón de ese comportamiento y lo logré. La clave era muy sencilla, cuando se quedaba a solas jugando, la rabia y la ira aparecían de nuevo al cabo de un tiempo corto, pero si le acompañabas en esos ratos de ocio y convertías el juego en una experiencia padres-hijos, la historia cambiaba radicalmente.
Mi experiencia es que las nuevas tecnologías y su aplicación como elemento dinamizador del aprendizaje nos brinda, como educadores y padres de una generación futura, la oportunidad de mejorar y explorar nuevas vías, de motivar y propiciar el asombro y la curiosidad por el mundo que nos rodea. Ahora bien, las nuevas tecnologías son una herramienta poderosísima, pero un medio y no un fin en sí mismos. Quien pretenda que las nuevas tecnologías suplan a la figura del mentor/ tutor imprescindibles para nuestros hijos, está equivocado. Su mente es frágil y altamente influenciable.
Criemos niños. Eduquemos personas. No fabriquemos monstruitos.
Un padre jugador.
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